Ser Conservador

Caspar David Freidrich.
"Abadía en el Robledal", 1810. 

Occidente se cae a pedazos, esclavizado por las cadenas de la Modernidad. El liberalismo, poderoso, se ha levantado y acaparado casi la totalidad del espectro, no sólo político, sino moral e intelectual de nuestra Civilización, ha invertido las jerarquías divinas, entronizando la vulgar fortuna de los comerciantes, la pérdida del pudor y el premio a la indecencia y ha alcanzado todas las esferas de la Sociedad, hasta las más altas y celestiales. Los bastiones del Antiguo Régimen, todavía de pie, gallardos, durante el siglo XIX y determinados momentos del XX, han sido reemplazados por los templos de la corrupción y la injusticia. El liberalismo ha parido a su hijo marxista, y como Saturno y Júpiter, han entrado en discordia, absorbiendo y desbordando todas las ramas de los modelos políticos ideológicos, inevitables descendientes de la Ilustración y su forma de enmarcar, dentro de un ficticio modelo lógico, a las realidades físicas y místicas. La amalgama de nuestra Civilización, la Iglesia Católica, ha penetrado las más oscuras cavernas de la depravación y el progresismo neomarxista. Esta no ha sido capaz de levantarse fuerte frente a las injusticias que sufren los pueblos cristianos, ha sido permisiva con la oscura doctrina de los mahometanos y dejado envenenar la mente de su rebaño con protestantismos vulgares y mercantilistas. Dios, indignado, ha abandonado el Vaticano. 

El libre mercado, burdo, no es sólo criticable por las injusticias populares, sino por haber invertido la pirámide. Hoy, no gobiernan las élites aristocráticas, que, sin ocuparse de la vulgaridad de los negocios, obteniendo los debidos recursos de la renta, utilizasen su tiempo, en cambio, para asuntos de altísima envergadura. Los intelectuales, los guerreros y los místicos han sido relegados al fondo de la jerarquía, aplastados por el gobierno de los comerciantes, que administran el Estado tal como tenderos y encochinan las cuestiones populares con su hambre insaciable de opulencia. En otras palabras, nos ha esclavizado el dinero. 

El concepto de Estado meritocrático, digno de adoración, ha sido reemplazado hoy, por una fría máquina burocrática que ha obligado a los verdaderos aristócratas a relegar su esencia y conformarse con participar de sus designios. Los hombres de pensamiento mueren de hambre; los hombres de armas no son retribuidos y los hombres del Evangelio no tienen Iglesia a la cuál servir. Los jóvenes ya no aspiran a ser grandes guerreros, el liberalismo les ha inculcado miedo; tampoco aspiran acceder a valiosos conocimientos, porque no trae riqueza corporal; y mucho menos aspiran a llevar la doctrina de la Iglesia vistiendo las vestimentas apostólicas, porque los gobierna la frivolidad y la impudicia.  

La resistencia conservadora ha difuminado su ideario y se ha confundido, el pseudoconservatismo liberal oscurece el horizonte para los aristócratas. Ser Conservador no es creer en el libre mercado, sino mirarlo con recelo; ser Conservador no es creer en el progreso, sino adorar un pasado glorioso; ser Conservador, no es ser liberal, ni fascista, mucho menos jacobino u marxista, sino precisamente Reaccionario y proteger la sagrada comunión de los muertos, los vivos y los aún no nacidos: la Patria, la Tradición y la Fe. 

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