Volver a nuestras raíces.

La Cruz de Santiago, símbolo de la
cristiandad venezolana y su Tradición.

Ser genuinamente venezolano, obligatoriamente implica sostener, espiritualmente, una altísima dosis de nostalgia. El exilio ha reforzado, para muchos de nosotros, la devoción hacia nuestras costumbres, que, hasta irrisoriamente, hemos intentado imponer en el extranjero. Es innegable que Venezuela, aunque no lo sepa todavía, es una nación reaccionaria. Sólo basta oír los constantes clamores añorantes de volver, ¿a dónde? A eso momentos borrosos, tal vez no vividos, pero que representan nuestra verdadera esencia y nuestro futuro, que recayendo profundamente en nuestro pasado, es igual de glorioso. 
Nosotros, que exportamos Libertadores e intelectuales; nosotros, que nos lucimos en la literatura y las artes; nosotros, que mostramos nuestro poderío en el campo militar; nosotros, que fuimos ejemplo para toda América. ¿Cómo es posible que estemos pasando hambre? ¿Cómo es posible que hayamos tenido que abandonar la patria para ser refugiados? ¿Cómo es posible que en las paredes de mi capital hayan graffitis de tiranos extranjeros?  Y por encima de todo esto, ¿cómo es posible que la venezolaneidad haya sido tan gravemente pisoteada que hoy, solo nos reconozcan porque pasamos hambre y sufrimos la garra socialista? Esto es indignante. ¿Acaso nadie se acuerda de lo que éramos antes?

Hemos vivido gobiernos militares, caudillistas y patrióticos y florecimos bajo su protección. Páez, Gómez, Perez Jiménez. Pero ¿qué ha logrado Venezuela en sus 40 años de “democracia bipartidista y liberal”? La desgracia de la patria durante el puntofijismo es tan profunda, que lo único que dejaron fue un profundo desespero social —además de una economía únicamente petrolera y ranchos indignos—.  También, es excepcionalmente obvio que la época repulsiva y oscura que siguió al puntofijismo, el chavismo, ha hundido más a nuestra cuna: la marginalización social; las satánicas políticas gubernamentales y el Estado depravado, nos han vuelto la meretriz de los países orientales e islas caribeñas. No es sólo un desastre económico y social, el legado de Chávez, sino una completa maldición la que nos ha conjurado. La situación la vivimos todos los días, no es necesario ahondar en detalles.

Yo no creo ni en chavismo, ni en democracia liberal, yo soy nacionalista y reaccionario. Sostengo que el único camino para que la nación venezolana vuelva a triunfar, es honrando nuestras tradiciones. Sólo si Venezuela abandona el miedo y los prejuicios politiqueros infundados y reconstruye su devoción al Libertador y a los Padres de la Patria;  sólo si Venezuela vuelve a amarse, a creer en sí misma y reafirmar, en su corazón, esa imagen venerable que extraña, podremos volver a ser lo que siempre hemos sido: dignos herederos de Bolívar. 

Volveremos. 



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