Erudición Democrática

"Chateaubriand en Roma", Anne-Louis Girodet, 1809.

La Alta Cultura, fue, por mucho tiempo, el factor determinante para la diferenciación entre las clases sociales. A las clases altas europeas siempre se les asoció con aquella fascinación, generalmente incomprendida, por el Arte y las Ciencias. El origen de su amor y mecenazgo no fue simplemente un deseo de conocer —o encapsular— la Naturaleza, sino algo intrínseco en la forma de ser Aristocrática, denotado pasionalmente en sus manners sociales: la búsqueda para la apreciar mejor la Belleza. Esta erudición, permaneció intocable y celestial hasta que los jacobinos y la Modernidad avasalladora destrozaron su profundo sentido, bajándola al alcance de la muchedumbre y ocultando su blanquísimo brillo bajo los cientos de millares de almas vulgares que intentan accederle. 

Cualquiera “sabe” la Naturaleza, pero solo aquellos que son capaces de obrar según sus normas y adentrarse en las profundidades del conocimiento para su gracia, pueden entenderla y llevarla. Los niveles de sufrimiento, prudencia y calidad espiritual que requiere la Alta Cultura, son grandísimos, solamente adecuados para aquellos capaces, por virtud o por herencia, de portarla. No es para todos. ¡Escuchar a Wagner, o leer a Fichte, no es para todos! 

Aquellos que, con su vacía crítica de falsos inciados arremeten hoy contra la Alta Cultura por representar un sentimiento reaccionario, utópico e inconsistente con la realidad, contribuyen más y más a su depreciación. ¡Pero aún más  horrendo es mirar cómo compiten los burgueses recién culturizados por comprar el destrozado plástico de un activista moderno y vacuo!

El nombre del fenómeno es “Erudición Democrática”. La vulgarización del conocimiento y la Belleza a través de la repartición popular: se obliga a las masas a tomar la Cultura obligatoriamente, provocando que esta misma muchedumbre —carente de la habilidad valiente del aristócrata para llevar con cuidado el saber—, se forme opiniones imbéciles y contribuya a la destrucción de su propio espíritu.  

La educación práctica y religiosa es necesaria en un nivel primario. Pero los estudios universitarios —encarnación de la erudición virtuosa— y las titulaciones en altos asuntos artísticos o científicos, deben ser para los capaces, intelectual y espiritualmente. ¡Qué angst el mío al observar como aquellas vanidades envidiosas pretenden hacer del conocimiento algo desmitificado y suyo nada más para adornarse! ¡La Alta Cultura no deben ser un derecho, sino un privilegio para los capaces!

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