Hacia un Nuevo Estado Venezolano.

"La Estirpe", Pedro Centeno Vallenilla, 1935.


“Para que haya instituciones es necesario que haya un genero de voluntad, de instinto, de imperativo antiliberal hasta la maldad; una voluntad de tradición, de autoridad, de responsabilidad, cimentada sobre siglos, de solidaridad encadenada a través de los siglos, desde el paso al porvenir, in infinitum.”

[Friedrich Nietzsche]

Es innegable que Venezuela ha caído en la desgracia, pero debemos entender que la adversidad que nuestro pueblo ha debido de superar es un momento histórico que nos fortalece como nación. “Todos los Estados caen inexorablemente de posiciones hegemónicas” diría Arthur Moeller van den Bruck, teórico alemán, ante la derrota de su país en la Primera Guerra Mundial. La cuestión radica entonces en formar instituciones tan fuertes y perdurables, que ninguna clase de marxismo vulgar o mercantilismo vicioso puedan volver a socavar, como ya lo han hecho, la voluntad y grandeza de nuestra patria.

Esta es, por supuesto, una labor complicada y que requiere de una voluntad inquebrantable o de siglos de desarrollo orgánico. Para empezar, debemos tener claro que el resurgimiento de Venezuela no va a llegar solo y que es fundamental la fuerza de nuestro pueblo para realizarlo. Esto nos separa, ya definitivamente, de aquella oligarquía parasitaria que ha pretendido la coexistencia entre caducos socialdemócratas y chavistas en una pseudodemocracia parlamentaria. Venezuela no será reconstruida por diputados cobardes ni políticos engominados de sonrisa complaciente, sino por la voluntad popular de todos y cada uno de los Venezolanos. 

Para reconstruir a Venezuela, debemos arrasar con toda aquella parafernalia puntofijista y chavista que se denomina Gobierno constitucional desde el año 1958. Debemos derrumbar esta estructura, construida sobre contratos turbios y concesiones secretas, para redescubrir los verdaderos cimientos de nuestro Estado, de ideal Bolivariano. Las reformas que debemos acarrear no pueden ser sometidas al juicio de las élites políticas corruptas, sino todo lo contrario, la autoridad para llevarlas a cabo no la brinda una legislación falsa, sino que, en palabras de Bartolomé Herrera “El origen de la soberanía y la legislación se encuentra, no en el contrato político entre hombres, sino en los órdenes naturales.” Y como es orden y voluntad de la Venezuela profunda, histórica, reconstruirse a sí misma a partir de las intenciones de los hombres y el hierro de sus espadas, como lo ha hecho a través de su historia, debemos entonces respetar estos designios para que la llama de la Venezuela Tradicional se encienda de nuevo. 

El Nuevo Estado Venezolano se opone, necesariamente, a los vicios del socialismo marxista y al progresismo liberaloide. Nuestro Estado no puede servir al materialismo igualitario del primero ni al materialismo descorazonado del segundo, sino que debe significar la puesta en marcha de los intereses más altos de la patria, la materialización de una idea de Reivindicación Nacional, en donde el Estado es todos los Venezolanos articulados para la justicia, la felicidad de los ciudadanos y la magnificencia de Venezuela. 


LA ARISTOCRACIA POPULAR

No podemos permitir que el Estado Venezolano siga en manos de aquellos intelectual, moral y espiritualmente incapaces que lo han secuestrado. Venezuela no volverá a ser grande hasta que comprenda, como lo hicieron los antiguos griegos, qué clase de personas deben tomar las decisiones para garantizar la libertad, la justicia y la grandeza de nuestro pueblo. ¿Cuál debe ser el origen de la soberanía interna? ¿Quiénes deben ser aquellos hombres y mujeres que dirijan el Estado? La respuesta es a la vez simple y profunda: Venezuela debe ser gobernada por aquellos que sepan hacerlo.

Es nuestro primer deber con Venezuela, el proveerle de una estructura gubernamental integral, fuerte y centralizada, capaz de responder a la patria y de engranar todos los esfuerzos, de todos los ciudadanos, para la prosperidad y grandeza de Venezuela. El establecimiento jurídico que debe ser formado es, a la vez, presente, pasado y futuro, en el sentido de que sea vindicativo de nuestra Tradición, garantice el bien de todos los venezolanos y prevenga la usurpación de la estructura gubernamental por entes ajenos al bien nacional.

Este nuevo Estado se basa en un rediseño integral del sistema educativo, sobre el cual debemos reflexionar más profundamente, pero que, en pocas palabras, forme ciudadanos de primera, gente de bien y de valores, dispuestos a trabajar por su familia y su país. Debemos procurar, desde este primer momento, que los jóvenes que escojan el servicio público y la vocación política tengan las cualidades intelectuales y morales para hacerlo, sin importar su origen y condición socioeconómica, unificando su enseñanza bajo una pedagogía específica, a modo de la Escuela Nacional de Administración, ideada por el General De Gaulle, en Francia.

Es así como paulatinamente iremos abandonando los vicios de la plutocracia y del marxismo, adoptando, en cambio, una verdadera democracia, donde los intereses del pueblo sean resguardados por una aristocracia popular, capaz en su ejercicio, brillante su intelecto y siempre correcta, sin herencias no merecidas ni plutocracias.

Ahora bien, para este nuevo Estado debemos purgar y revitalizar nuestras Fuerzas Armadas, hacerlas verdaderas herederas del legado de nuestro Libertador. Las Fuerzas Armadas de Venezuela alguna vez llenaron a nuestra patria de orgullo, y fueron verdaderos garantes de la soberanía de nuestro pueblo ante las injurias externas e internas. Como no cualquiera puede ser funcionario del Estado, no cualquiera puede ser miembro de las Fuerzas Armadas. La aristocracia popular venezolana también será compuesta por honrados combatientes, cuya instrucción debe ser integral, haciéndola capaz del ejercicio bélico, como de la administración pública. Cualquier joven que cuente con las capacidades físicas, intelectuales y morales para hacer parte de este cuerpo, sin importar su origen, raza o patrimonio, deberá poder hacerlo.

EL ESTADO ORGÁNICO

Uno de los problemas más grandes que afronta nuestro sistema republicano es la falsa democracia. Aquellos que acceden a los puestos de poder por medio del voto popular son aquellos que, con pocas excepciones, cuentan con los medios financieros para hacerlo. Precisamente por eso, la democracia parlamentaria deja de ser un ejercicio popular para convertirse en una carrera de quién tiene más recursos. He ahí la razón principal de repulsivos politiqueros para hacer concesiones ilícitas a grandes capitales a cambio de que sus campañas “sean patrocinadas”.

Por ende, debemos volver a las bases de la democracia y hacerla orgánica, verdaderamente popular. No podemos obligar a la división de los ciudadanos por partidos políticos que tienden a romper con la patria y son calderos de corrupción y decadencia. Cada ciudadano debe tener el derecho para expresar sus opiniones, sin la intervención de politiqueros, través de las células sociales que son más próximas a representarlo verdaderamente, es decir, el municipio y la corporación. 

El órgano legislativo de nuestra República, deberá entonces representar a los venezolanos por el lugar en el que viven y el oficio que desempeñan. En primer lugar, un Estado órganico debe ser integral y por ende, centralizado. Para Venezuela sería catastrófico un modelo federal desenfrenado, que se preste aún más al caciquismo politiquero y a la corrupción y que no representa el sentido de unidad histórica de nuestra patria. Debemos entonces reemplazar esa idea por una de autarquía federal, con una tendencia a la desconcentración, sin romper con la unidad que brinda la idea de Estado Central. Siguiente, debemos hacer del “sindicato” una asociación mucho más integral, reorganizándolo a través de corporaciones, de vocación transversal. Esto trae beneficios que ya se han probado efectivos en otras naciones de espíritu hispánico, por ejemplo, permite la participación de todos los sectores sociales agrupados bajo un mismo oficio en la toma de decisiones a nivel nacional, debilita la idea marxista de la lucha de clases y acaba con la politiquería vulgar del más rico. 

EL ESTADO VENEZOLANO Y LA IGLESIA CATÓLICA

Aunque el Espíritu Venezolano sea de vocación necesariamente católica, no podemos permitir la unión entre esta misma Iglesia y nuestro Estado, precisamente por el hecho de que somos una República y no una Monarquía Europea, no tenemos príncipes ni Reyes ungidos por la Iglesia, vínculo necesario para esta unión. De igual manera, la Iglesia Católica no es la institución sagrada que alguna vez fue: el materialismo, la depravación y el irrespeto al Credo Católico y a las antiguas tradiciones la hacen un ente con el que debemos tratar precavidos.

En Venezuela deberá respetarse la libertad de credo, siempre y cuando no atente contra la integridad nacional y la seguridad pública. Sin embargo, como lo hemos hecho a través de nuestra historia, casi siempre con el consentimiento y agrado de los no-católicos, el ideal católico debe prevalecer en las instituciones para hacerlas verdaderamente respetuosas de nuestro ethos y garantizar la representación de las ideas de la mayoría venezolana, como por ejemplo, durante las festividades nacionales o el desarrollo del pénsum escolar nacional y demás políticas educativas.

EL ESTADO IRRACIONAL

Las ideas que dieron luz a los fatídicos sucesos ocurridos en Francia en 1789 se han mantenido en pie hasta el día de hoy, arruinando pueblos y acabando con la trascendentalidad de nuestra Civilización. El Estado de los llamados “ilustrados” no es más que un ente burocrático regulador, cuya única expresión es la de manifestar el dominio de los tenderos sobre los asuntos públicos y defender sus intereses sobre los más valiosos deseos espirituales, artísticos y de vocación patriótica. El Estado racional, no es más que un mecanismo atrofiado, injusto, que niega el significado de la tierra, de la dignidad, de los más profundos sentimientos humanos, como lo es el del espíritu nacional, el Volksgeist o Ethos

Es necesario, por nuestra patria y la justicia de nuestro pueblo que nuestro Estado sea místico, trascendental, verdadera manifestación del sentimiento de una Venezuela grande y profunda, que ha sido ultrajada muchos años y que anhela volver al lugar que le corresponde. Todos, sin excepción, debemos contribuir con nuestras obras a la libertad que debe tener Venezuela para cumplir sus designios, solamente si nos unimos para recobrar lo ganado en nuestros mejores tiempos, podremos lograr que reine la verdadera justicia, que nunca falte el pan en la mesa de un venezolano y que nuestros hijos y sus hijos crezcan en la patria que tanto anhelamos y que ellos amarán. 

Las verdades místicas no pueden ser derrotadas por argumentos materialistas ni racionales. Es un deber venezolano entronizar las verdades místicas de nuestro pueblo para prevenir el agravio de Venezuela ocasionado por aquellos que, desde el año 1958, han negado la venezolaneidad, le han abierto las puertas a la injusticia, a la corrupción de los valores y al dominio extranjero, ya por la vía castrista o aquella globalizante, negacionista de cualquier forma de manifestación nacional.



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