Parte III: Definiendo el Ethos Venezolano.
"Plaza Bolívar de Caracas: Casa de Gobierno", Ramón Bolet Peraza, 1870. |
CARACTERÍSTICAS INALIENABLES DE NUESTRO ETHOS
La historia de la sangre derramada por nuestros héroes es fascinante, odiséica y representa el espíritu más puro de venezolaneidad. El proyecto bolivariano y la lucha por la Independencia de nuestra patria ha inspirado a poetas y artistas por mucho tiempo, que han creado apreciaciones maravillosas de las cuales nos sentimos orgullosos. La belleza de nuestros hombres y su historia han brillado en todos los continentes. Recordemos, por ejemplo, el momento cuando Byron nombró a su barco Bolívar y cayó en Missolonghi luchando por Grecia.
Esta pugna por lo que nosotros llamamos “Libertad” pareciese eterna. Venezuela nunca ha cesado de buscarla en todos los siglos y todos los valles. Pocas veces ha sido realmente libre nuestra patria desde la Independencia, cada vez que llegamos al tope de esa jerarquía espiritual, caemos de nuevo en los estadios de la disolución y la decadencia. ¿Acaso la Libertad de Venezuela murió con Bolívar? ¿Es nuestro destino vivir buscando algo que jamás podremos alcanzar?
Todos los venezolanos vivimos con la esperanza de ver a nuestra patria liberada, un deseo inalienable a nuestro espíritu, que define nuestro ethos. Para construir un verdadero Nacionalismo en Venezuela, debemos observar la Libertad como uno de sus pilares fundamentales.
Nuestra incesante búsqueda por la liberación representa un sentimiento popular particularmente hermoso, que nos acerca a las mentes más brillantes y las plumas más valiosas de la Civilización Occidental, enfrascadas dentro de lo que denominan los historiadores como el romanticismo decimonónico. La lucha por la Libertad nos acerca a ideas purísimas y que representan la verdadera Tradición de Europa. Una liberación de las cadenas opresivas, muchas veces representadas por la cruel y calculadora frialdad de la razón, del materialismo y del rechazo a las motivaciones más profundas del espíritu humano, como la Fe, la Nostalgia y la Nobleza.
No es casualidad que la imagen del Libertador, cabalgando por las llanuras de nuestra América, nos recuerde al heroico caballero medieval, que luchó, al igual que él, por los más grandes ideales, guiado por el amor a la libertad de su patria y a su pueblo. No podemos negar, por más que quieran los enemigos de la patria, nuestro vínculo espiritual directo con la Tradición medieval hispánica, que representa la versión más pura del rito Católico antiguo y en el cual aparece la clave para la grandeza de Occidente.
En mi país somos católicos, Venezuela nació católica y deberá seguir católica. Somos los herederos de una Tradición muy antigua y poderosa. La España que evangelizó América no fue la España renacentista y decadente sino todo lo contrario: nuestra España es aquella de la Reconquista, la de Isabel y Fernando, la de los nobles caballeros y grandiosas hazañas en defensa del Reino y de la Cruz.
La Hispanidad representa una ofrenda de comunión de razas y pueblos bajo la Cristiandad. Los evangelizadores peninsulares procuraron enseñar la doctrina católica a indios y negros por igual, los colonos desposaron y tuvieron hijos con las hermosas mujeres que habitan nuestro continente, uniendo a la antigua Hispania con América bajo un mismo credo y una misma sangre.
La pugna por la Independencia de América no fue una reacción contra la Hispanidad. Sino todo lo contrario, un intento por salvar lo que quedase de Hispanidad que se había difuminado casi completamente de la Península, donde primó el liberalismo y las falsedades de la Revolución Francesa. Nuestros más brillantes próceres eran orgullosos del legado hispánico: enriquecieron y alabaron la lengua, defendieron el Catolicismo y resucitaron las maneras desinteresadas del caballero medieval. Solo en la Antigüedad se había visto un proceso de unificación espiritual como el que vivimos en la América hispánica. No existió proceso de mestizaje similar al nuestro en las colonias británicas, ni en las holandesas, ni en las francesas y mucho menos uno de unión espiritual y cultural con el mismo talante del hispánico.
Aunque el pensamiento Metapolítico —antiguo y vigente a la vez— no haya tenido un desarrollo apropiado en nuestra patria como idea social, lo hemos practicado durante mucho tiempo y con mucha mayor intensidad en contraste con otras naciones americanas. Como veremos más adelante.
El espíritu de Venezuela tiene su base fundamental en el concepto cristiano de familia. La familia representa, para nosotros, la más elevada e inquebrantable unión de hombres y mujeres dentro de una comunidad. Esta idea, herencia acentuada de la tradición hispánica, es muy común en nuestra América. Para el venezolano, la defensa de la unidad familiar y la estrecha relación entre parientes, es una obligación casi divina, haciendo de nosotros, un pueblo fundamentalmente comunitario, opuesto al individualismo moderno y a las maneras liberales de disolución familiar y separación.
Este sentimiento debe ser el precepto fundamental de nuestra estructura estatal e intuición política, como lo fue en nuestros mejores tiempos. El ejemplo primordial de esta idea se ve reflejado en la noción de Bolívar como Padre de la Patria. Todos los venezolanos nos sentimos hijos de Bolívar, lo queremos, respetamos y adoramos como a un Padre; perdonamos sus defectos personales y comprendemos que su ideal fue y debe seguir siendo honrado. Nos sentimos cobijados por el ideal de Bolívar, aquel espíritu cuasi-omnisciente e infalible que protege la Patria.
Esta percepción particularmente venezolana surge como una reacción frente a los ideales del liberalismo y el pensamiento político racionalista de Revolución Francesa. Los caudillos del siglo XIX, empezando por Bolívar y Páez, encarnaron la venezolaneidad al honrar nuestros deseos de comunidad y familia y de unirnos bajo el liderazgo de un padre, como alguna vez hicieron los pueblos de la antigüedad y los europeos medievales, guiándonos hacia la grandeza. No debemos avergonzarnos de la llamada “violencia caudillista” del siglo XIX, debemos entender este proceso como uno de formación de identidad política, de descubrimiento. Prueba de esto fueron los gobiernos, también caudillistas, liderados por excelsos militares venezolanos durante el siglo XX, durante los cuales florecieron en nuestra patria las más hermosas reinvindicaciones de venezolaneidad.
Con estos métodos, Venezuela pudo consolidar una fuerte resistencia al liberalismo individualista y al marxismo materialista. Podemos notar, en el desenvolvimiento de nuestra historia, que justo cuando Venezuela cayó bajo las garras de la disolución liberal, encarnada por el puntofijismo, empezó a caer en picada. Llevándonos, al final, al más profundo pozo moral, a ser encadenados por una tiranía criminal, marxista y falaz. Ergo, es para nosotros mucho más conveniente y glorioso una magistratura como la de Gómez, que una plutocrática como la presidencialista.
Este concepto acarrea también una visión particular del mundo, donde predomina la belleza como principio político. Los caudillos fueron obsesivos con la primacía estética de las obras patrióticas. Es fundamentalmente venezolano hablar de belleza, porque la hemos apreciado y elevado durante toda nuestra historia. Nuestra urbanización fue recalcada como la más bella de América, las letras de los poetas venezolanos, nuestra música y danzas, son estrictamente hermosas, incluso, la idea misma del Héroe venezolano es esencialmente estética, cuya odisea recuerda al instante las batallas de los guerreros clásicos. Esta podría ser otra de las muestras metapolíticas de nuestro ethos, una reacción verdaderamente venezolana a la Modernidad.
Como última consideración, es imprescindible referirnos a la vocación rural de la patria venezolana. La idea de la Hacienda decimonónica es esencialmente bella, la convivencia de los hombres en las hermosas profundidades de la Venezuela rural es uno de los ideales a los cuales debemos volver, como fundamental para nuestro espíritu. Fue precisamente en la Venezuela rural donde surgieron los grandes hombres que esculpieron nuestra patria y constituye, además, una solución a los problemas espirituales y materiales de nuestro pueblo. El campo Venezolano es bello y es práctico, la Hacienda es producto directo de la maduración del feudalismo hispánico, garantía de nobleza y prosperidad.
ÚLTIMAS CONTEMPLACIONES
«Nosotros seríamos un partido más si viniéramos a enunciar un programa de soluciones concretas. Tales programas tienen la ventaja de que nunca se cumplen. En cambio, cuando se tiene un sentido permanente ante la Historia y ante la vida, ese propio sentido nos da las soluciones ante lo concreto, como el amor nos dice en qué caso debemos reñir y en qué caso nos debemos abrazar, sin que un verdadero amor tenga hecho un mínimo programa de abrazos y de riñas».
[José Antonio Primo de Rivera, 1933.]
El ethos Venezolano, nuestro espíritu nacional, es inefable. Solamente podemos alcanzarlo mediante el sentimiento, y sería prácticamente blasfemo pretender hacerlo mediante la razón. Por esto mismo, es labor del hombre político venezolano el hacer sentir a su pueblo su verdadero espíritu. No podemos pretender que la llamada “comunidad internacional” y todo el parapeto globalista que de ella se desprende, comprenda el destino espiritual de la patria Venezolana. Herder nos enseña que nosotros, como venezolanos, somos los únicos capaces de interiorizar ese sentimiento popular que llamaron Volksgeist. Nadie más puede hacerlo.
La patria es débil cuando se vuelve racional. Venezuela y su ethos es una verdad mística, es nuestro deber entronizarla, para fortalecerla, hacerla invencible ante los razonamientos insulsos de los enemigos de nuestro pueblo. Cuando el Yo se identifica con un movimiento, este Yo se funde en él y, como es la esencia de la existencia el imponer el Yo, nuestro movimiento deberá imponerse. Esto es, y deberá seguir siendo, el amor a la patria. Solamente así podremos lograr la reivindicación de un pueblo y un legado que han sido sistemáticamente aplastados por las fuerzas malignas que han conducido a nuestra nación al hoyo infernal en el que se encuentra hoy.
La necesidad de descubrir quiénes somos y para dónde vamos es necesaria, pero imposible de ser completada ante la inmensidad que representa el Espíritu Nacional. Todo lo que se infiere mediante la razón, es ficción, por más que se asemeje a la realidad futura, por el simple hecho de que no ha ocurrido. Por lo tanto, no debemos buscar qué seremos, proyectados en estadísticas efímeras y cuestiones circunstanciales, sino que para verdaderamente reivindicar nuestra patria, debemos mirar atrás, qué fuimos, qué hemos hecho, y volver a recorrer esos caminos, para personificar nuestro verdadero carácter.
(Fin)
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