No nos quieren porque somos pobres.

"Canarios llegando a La Guaira", ca. 1950. 

Venezuela ha sufrido, desde hace más de veinte años una tiranía que ha acabado con todo lo que conocíamos, desde nuestras instituciones, hasta nuestra moral. Ya no somos lo que éramos antes, todos los saben, veintiún años de marginalidad y resentimiento continuados definitivamente cambian a un pueblo. 

El venezolano de antaño escasea, aquel bonachón republicano que recibió en su patria a millones de inmigrantes hace menos de un siglo es una especie casi extinta. Sí, a millones de inmigrantes, peruanos, chilenos, colombianos, españoles, portugueses, italianos, polacos, judíos, bolivianos. Y no, no es un mito, nosotros sí recibimos millones de inmigrantes sin rechistar. Se los dice un nieto de inmigrantes, cuyos abuelos eran campesinos canarios, sicilianos y bielorrusos, que llegaron a Venezuela en la más analfabeta pobreza y lograron salir adelante.

Cuando Venezuela era lo que era, a los venezolanos nos recibían el pasaporte en cualquier parte del mundo sin problema. Era, para los países a los cuales inmigrábamos, un honor recibirnos. Pero ahora empieza a salir a flote una verdad innegable, a los venezolanos nos recibían no por una responsabilidad moral de reciprocidad, sino porque llevábamos dinero con nosotros para invertir. 

Hoy, que vivimos empobrecidos, que no bebemos el whisky de otrora, que andamos en alpargatas y suplicamos el pan y el agua, los pueblos americanos, ni siquiera sus gobernantes, han solicitado cerrarnos las puertas. ¡Qué hipocresía! 


Migrantes Colombianos entrando a Venezuela a través de Cúcuta, Archivo El Tiempo, ca. 1990.

Es innegable, por ejemplo, que algunos fenómenos migratorios resulten en un atentado directo a la herencia cultural, religiosa y étnica de otros pueblos. Ejemplo claro el de aquellos mahometanos que se niegan a aceptar el cristianismo y las lenguas europeas, germinando un choque de civilizaciones. Pero no, ese no es el caso en América Latina: nosotros, los pueblos americanos, compartimos la misma lengua, la misma raza y la misma religión hasta el punto de que combatimos juntos y fuimos ejemplo de Libertad para el mundo entero.

No hay motivo racional ni espiritual, para el odio al migrante venezolano en América Latina. 

Sin embargo abundan los titulares de periodistas irresponsables y tabloides amarillistas reportando los crímenes de los venezolanos en el extranjero. Ni se diga de los resentidísimos comentarios de las personas en las redes sociales, que se refieren a nosotros como la más baja escoria del continente cuando hace no menos de treinta años nos pedían oportunidades de trabajo, peticiones que, irónicamente, nunca fueron rechazadas.

Es obvio que este resentimiento no proviene de gente consciente y educada, sino de las personas más ignorantes y analfabetas. “¡Depórtenlos de vuelta!” , “¡Cierren la frontera!” , son las premisas más recurrentes. Sin embargo, cualquier civil con dos dedos de frente y una educación primaria entendería que no se puede deportar a nadie a Venezuela porque allá no existe un sistema judicial con garantías. Mucho menos se puede cerrar una frontera, porque en América Latina no existe la posibilidad de cerrar una frontera, a menos que decidan talar la selva, drenar los ríos y construir un muro, en el caso de Colombia, que tenga 2219 kilómetros de largo. 

Debo confesar por más vulgar que suene que, como venezolano inmigrante, jamás escuché un comentario anti-venezolano de una persona con título profesional de una universidad reconocida, mucho menos de aquellos que han regresado a sus países después de haber trabajado en Venezuela por décadas. 

¿Por qué no podemos normalizar a los venezolanos como cualquier otro inmigrante, con derechos y deberes, que pueda trabajar y ser judicializado cuando cometa un delito? 

¿Acaso los que se hacen llamar cristianos, dejaron de creer en la paz entre los hombres de buena voluntad, como creímos alguna vez en Venezuela?

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