La Patria se entiende preguntándole a los muertos.


Philip James de Loutherbourg, “A Philosopher in a Moonlit Churchyard”, 1790.

Tal vez por la naturaleza fantástica de mi planeta rector, Neptuno, me gusta desprenderme de la mundanalidad y flotar en sueños para buscar respuestas. Ha resultado efectivo: una combinación oportuna de música vieja y el morado crepuscular me ha respondido más preguntas que todos los libros de mi biblioteca.

Es difícil explicar, sobretodo a los cabeza-dura de la información comprimida, que la idea política que están buscando no la van a hallar en un solo libro. Es una afirmación audaz, sobretodo por parte de alguien que vive enterrado en letras. Pero tengo fe en su veracidad.

La razón en la política, qué idea más tediosa: la Patria no se entiende con números. La Patria se entiende en las lágrimas de las madres, en las súplicas de los niños hambrientos, en los pies encallados, en la sangre de las balaceras, en las casonas viejas, en los retratos de antaño.

La Patria se entiende preguntándole a los muertos.

Ellos respondieron que la verdadera voluntad de poder no proviene de un pensamiento racional, sino que emana de una percepción sensible. El político que piensa desde papeles y luces blancas no debería estar jamás en posición de tomar decisiones. Debemos, en cambio, buscar al meta-político, aquel que es nostálgico, que camina de noche, que vive por las artes. Necesitamos dirigentes cuyas musas prácticas sean los libros viejos: estetas susceptibles a las cosas bellas, para canalizar la idea patriótica.

Entender la Mística Nacional para vindicar el Pueblo, el Orden y la Belleza.

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