Espabilar.

Zdzisław Jasiński, "Burza", 1925.

El mundo no se detiene y la gente no puede quedarse sentada, las cosas cambian y nosotros, los que defendemos los valores eternos, debemos adaptar las formas de nuestra política a las circunstancias. Creer en Dios no debe significar, como para algunos significa, que debamos volver a la era del hierro y las carretas. Entender que hubo un ayer glorioso hace tantísimos años no debe significar que debamos retroceder para imitar. El mundo no se detiene. Y mientras no invente algún loco la máquina del tiempo, debemos tomar únicamente del pasado lo que sea imprescindible: las cosas humanas y divinas que siempre han sido y siempre serán.

El reaccionario, como actor político, es profundamente superficial. Su concepción del mundo se basa en la idealización del pasado, en un análisis que posiblemente no trascienda lo estético, y con esto me refiero a novelas, recortes y fotografías de un pretérito imperfecto ideal, sin ninguna clase de fallas. La reacción es un pusilánime cáncer que se extiende a través de todo lo humano y lo condena a permanecer estático. 

Por supuesto que, cuando hablamos de lo reaccionario debemos aclarar que no debemos únicamente referirnos a aquellos fervientes creyentes que buscan el restablecimiento total de las instituciones cristianas. Este tipo de reaccionario no es precisamente reaccionario. Pocos pensadores han sido tan estruendosos y revolucionarios como Nicolás Goméz Dávila o Joseph de Maistre.

El reaccionario que debemos condenar es simple y llanamente el que cree que ayer, u hoy, las cosas están bien y que no pueden mejorar. Los marxistas, o por lo menos la mayoría de los marxistas, son reaccionarios, porque no entienden que esa división reduccionista y material del hombre en clases sociales ya no existe —quizás nunca existió—. Los liberales, o por lo menos la mayoría de los liberales son reaccionarios, porque se conforman alegres con recibir, o no, patadas de lo que se llama la mano invisible. 

Es tiempo entonces de romper con idealizaciones falsas y avanzar, con toda la técnica de nuestros tiempos, hacia una forma de política que excluya totalmente lo reaccionario. Una política de movimiento, de rayos, de sacudidas y estruendos. Una política verdaderamente humana, que entienda que el hombre no es un ser hecho para la contemplación. La humanidad es verbo. Lo más humano es hacer y lo más bestial permanecer. 

Casi todos los escenarios políticos en Occidente están infestados de reacción. Para hacer valer lo humano y lo divino, debemos romper con la mera idea de escenario político. Irrumpir, confundir, excluir, destruir, construir, hacer. La única forma de evadir la decadencia no es observándola aislado desde una montaña, o de brazos cruzados frente un televisor. La decadencia se evade solo derrotándola: con energía, con lucha, con verbo. 

¡Es mi patria la prueba máxima de las consecuencias que trae quedarse sentado! Los venezolanos nos conformamos, decidimos permanecer y no hacer. Nos hemos convertido en bestias de carga. ¿La solución? ¡Espabilar! ¡Hacer! ¡Sentir! ¡Destruir para construir! ¡Construir para conservar!

Solo así reconquistaremos nuestra humanidad, y con ella, nuestra Libertad. 

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