MAQUETA KITSCH DEL ESTADO TOTAL.

Mary Cassatt, Five O'Clock Tea, 1880. 

[«Y es la duda lo que de la fe y del conocimiento, que son algo estático, quieto, muerto, hace pensamiento, que es dinámico, inquieto, vivo». ]

 Unamuno.

Occidente, como Civilización —no como cultura— Moderna, nació llevando en sí misma la inevitabilidad de su eventual destrucción. Esa repulsiva tendencia a la burocracia, a la monetización y a la uniformidad cultural y procesal tenía que degenerar inevitablemente en lo que estamos viviendo: el Estado Totalitario. Un totalitarismo transfronterizo pero institucionalizado, liberal hasta la médula. 

Sí, liberal. Sí, totalitario: nada puede existir en Occidente fuera del liberalismo. 

Todo es regulado, incluso las cosas más pequeñas —que es lo más preocupante, porque el hombre vive en la frontera de los detalles íntimos y lo colectivo—. Ellos deciden, por ejemplo, si puedes o no moverte —eres esclavo del pasaporte—. Ellos deciden cuánta gente puede estar en tu casa. Ellos deciden si puedes o no puedes abrir un negocio. Ellos deciden si puedes o no puedes escuchar música. Ellos deciden dónde, como y cuando puedes fumar. Ellos deciden cómo se debe votar. Ellos deciden a quién se debe votar.  Ellos deciden cómo se debe vestir. Ellos deciden que es lícito decir o no en público. Ellos deciden qué creer y cuándo dejar de hacerlo. 

Por supuesto entonces que el sistema es total. Todo se controla bajo aquel pretexto liberal de la felicidad de una sociedad libre. ¿Pero cuál libertad? ¡Si tenemos nada más dos libertades: la de escoger la forma de pronunciar el monosílabo afirmativo y la de morirnos de hambre!

No hay lugar para turbaciones ni para dudas, ni para preocupaciones intelectuales o artísticas out of the box. Nos quieren maniquíes, animales del trabajo y la producción. Porque en este Totalitarismo Liberal el hombre no existe fuera del trabajo. ¡Claro, con el pretexto higiénico cierran los bares y las bibliotecas a perpetuidad indefinida! ¿Y las oficinas? ¡Las oficinas jamás! 

Y en eso nos convirtieron, en maniquíes de una gigantesca maqueta kitsch, donde todos somos felices, sonreímos y agachamos la cabeza. Una maqueta que nadie —o casi nadie— puede evitar, ¡pero es que es imposible no acatar las decisiones del sistema! Si te equivocaste de palabra, pagas o pagas la consecuencia, so pena de cárcel, muerte e incluso destierro. ¡Destierro, en pleno siglo XXI! Destierro dentro de la maqueta, la conversión obligada en apestado, en leproso, la exclusión definitiva de la vida en sociedad, pero nunca de sus procesos.

Claro, porque los procesos, en esta maldita Civilización, lo contemplan todo. Porque, como he dicho antes, todo está regulado. ¡Y regulado por ficciones terrenales, ni siquiera por alguna palabra divina!
El virus —por casualidad, o no— es el escenario perfecto para afianzar esto total. Aprovechándose vilmente del miedo al luto y a la muerte, que es natural, han logrado disipar paulatinamente lo último de humanidad. Es necesaria, entonces, la rebeldía. Pero rebeldía encausada a la conquista de la humanidad, un segundo Renacimento, pero mucho más tempestivo y verbal que el anterior. 

Abre los ojos.
Y vive. 

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